jueves, 7 de junio de 2012

Triste y aburrida Economía

                          

Reflexión por qué la prensa popular rechaza la disciplina que estudio.

En el conjunto de las Semanas Reales, tal que mis días x pertenecen a [Lunes, Sábado] y si (y sólo sí) no voy a clases atrasado, (implica que) me detengo un minuto dos en la esquina de Vicuña con Bilbao a mirar los titulares de los diarios.

Qué bonito ha sido poder dilucidar en parte qué cresta significan esas imponentes siglas que encabezan tanto titular bursátil, y de cómo esas elegantes cifras porcentuadas (usualmente expresadas en millones de iu-es-ei-dollars) hacen del enunciado un verdadero placer informativo para el accionista promedio y, por qué no decirlo, para el estudiante del área comercial. Es decir, no estoy ni cerca de ser experto en la materia, pero debo admitir que las semanas que llevo en FEN me han hecho ver ciertas luces entre un conjunto de letras que sinceramente antes no entendía ni con enciclopedia en mano.

Pero cediendo inevitablemente a las gigantescas letras amarillas en el mostrador del kiosco, tan sólo unos centímetros más abajo, acompañadas ya no de complejos números (sino de un par de firmes nalgas separadas por un colaless que da mucho para imaginar), me informo de cómo Wilma González niega affaire con Joche y de lo preocupados que están en Mundos Opuestos por el futuro de la pareja. De paso, me entero de que Perrita que baila cueca será estrella en TV Gringa, y me genero la expectativa de saber Cómo fue el último almuerzo de Alexis Sánchez en Barcelona. Nada de cagüineo político ni novedades en la Bolsa.

Miro a modo comparativo los dos turrones de papeles tapados con un plástico, y
con toda razón me pregunto, por qué cresta una persona que asocia inflación con llantas de neumáticos, nunca ha escuchado del IPSA, y que palabras como Anglo American o Codelco, accionista o directorio le producen un rechazo inexorable, tendría que tener una razón alguna para desembolsar el doble de pesos chilenos en otro turrón de papeles sin minitas piluchas ni noticias entretes, y con un lenguaje que hasta al estudiante de primer año de ing. Comercial le sería muchas veces una lata entender. Al parecer, esas razones sencillamente no existen.


Según el último estudio IPSOS de la lectoría en Santiago, un ochenta por ciento de los lectores de El Mercurio se concentran en los estratos ABC1 y C2, tendiendo repartido el restante veinte por ciento entre los segmentos C3 y D. Por otro lado LUN dispone de un setenta y cuatro por ciento de sus lectores entre los estratos C3 y D, y un veintidós por ciento en el segmento C2, quedado un cinco por ciento restante para el ABC1. Y qué decir de La Cuarta (bien apodado como El Diario Popular), que concentra un noventa y dos por ciento en los estratos C3 y D, y tan sólo un uno por ciento para el segmento más acomodado (ABC1).

Cada uno con lo suyo, podríamos pensar. Equivale decir: no te puedo prohibir que compres una revista de caballos si te apasiona el mundo de la hípica, ni pedirle a los editores que metan información de otro tópico porque me de la tincada de que es más importante. Si en gustos no hay nada escrito; no hay nada de malo en eso. ¿Pero acaso soy el único que piensa que está mal lo lejano que resulta la economía para el común de la gente, cuando es la economía aquella rama que muchas veces determina la calidad de vida de estas mismas personas que cambian el entender los efectos del desempleo y la inflación, por la última copucha del Mago Valdivia?

No es que trate de imponer autoritariamente qué debería aparecer o no el la prensa nacional (al fin y al cabo se supone que el mismo libre mercado debería asignar los recursos eficientemente ofreciendo y disponiendo lo que la gente demanda). Pero es que intuitivamente tiendo a creer que más que ser un asunto de gustos, el desinterés va porque las personas no han tenido acceso a conocer de economía como ciencia social desde las primeras aproximaciones que han tenido con el acontecer nacional. Y aquel fenómeno se ve fuertemente potenciado por los entornos sociales que a muchos les toca vivir, como el pobre contenido cultural que entregan los medios más accesibles a la ciudadanía o la falta de calidad en un modelo educativo que podría desarrollarles las capacidades críticas necesarias y desarrollar un cierto interés que sea por ciertos asuntos que muchas veces se hace como si no existiesen.

A mi parecer vivimos en una sociedad cuya idiosincrasia consolidó las ciencias
económicas (entre muchas otras) como unas disciplinas de elite. Resultando así que la relación más estrecha que se formaría entre el chileno promedio y la economía se limitarían básicamente a cumplir con el trabajo puntual del individuo par recibir un sueldo a fin de mes, a saber cómo pagar con crédito (porque para eso sí que somos buenos los chilenos), o a obedecer las decisiones de los mandamases de las organizaciones, los que sí “tendrían calle” en asuntos macro-micro del que podrían hacer uso a la hora de hacer sus bussines.

Si el poder es conocimiento, y si es que se ha buscado alguna posesión monopólica sobre éste, quizás en este país ese objetivo se haya logrado demasiado bien. Ni es necesario alguna herramienta de censura para que los estratos más bajos se instruyan en asuntos económicos: a la gente derechamente no le interesa por cómo se dan a conocer esas noticias, generándose una verdadera barrera de acceso para mejorar sus condiciones de vida manejando estos temas. Basta con ver cuánto dinero tienen que desembolsar nuestros gobiernos en costosas campañas publicitarias para que los sectores con menos recursos se informen de los nuevos bonos, llegando al punto de explicar prácticamente con peras y manzanas cómo funcionan y cómo acceder a ellos.

Hace unos meses descubrí en un similar ejercicio de registrar los kioscos con la vista, aquella revista comercial llamada “Poder y Negocios”. Quedé impactado por su nombre: nunca había visto tan esa relación entre aquellos dos conceptos tan explícitamente manifestada. Qué quedará entonces para la gente que no es capaz de acceder a tales conocimientos porque sencillamente no entendería. Quizás no sea tanto un tema de gustos a fin de cuentas.

Ni qué decir del mundo de la política. Con justa razón creo que la gente ha ido perdiendo la esperanza en la democracia representativa con la que contamos. Pero siento que esa apatía debería tomar un giro y transformarse en un incesante interés por cambiar las cosas que funcionan marginando al otro, más que en un afán de quedar en el status quo. Todos estamos ansiosos a saber qué irá a pasar con las elecciones presidenciales en un par de años más. ¿Tendrán los nuevos votantes (provenientes en su mayoría de los segmentos socioeconómicos bajos) las capacidades críticas para escoger al candidato con el proyecto más completo, o caerán en básicas estrategias populistas que terminen metiéndole el “dedo en la
boca”?

Y sumándole ahora lo miserablemente pobre que se está volviendo la televisión
chilena, el panorama se hace aún más evidente. Pareciese que la competencia del rating nuevamente hizo de las suyas transformando un potencial espacio de cultura en un medio de ideas banales. Basta con ver cómo orgullosamente el ahora canal laico se vistió con el slogan de “El Canal de los Realities” sin pasarse el rollo siquiera. Apostaría lo que fuera a que los ejecutivos que hay detrás de tal estrategia de marketing difícilmente gastarían su valioso tiempo en entender el lío amoroso entre Wilma y Josche, o materia de ese estilo.

¿Pero habría que entonces bombardear la televisión con programas como Tolerancia Cero, y La Belleza de Pensar? Creo que no. El hecho de vivir en una sociedad de millones de habitantes nos hace enfrentar una heterogeneidad riquísima en cuanto a gustos y cultura, y no me parece que el objetivo debería ser implantar un modelo de “lo que corresponde que la gente sepa” así como tal.

Pero de todos modos me parece que es evidente la necesidad de poner todo de lo nuestro para aterrizar estos conceptos abstractos que muchas veces son verdaderos jeroglíficos para aquellas personas que no el poseen conocimiento previo. Jeroglíficos y conceptos que sin embargo afectan a esta gente tremendamente: estoy seguro que mucho más de lo que creen que les afecta. Solamente se ve qué tanto sabemos de nuestra área cuando somos capaces de explicarle incluso a nuestra misma abuelita en qué consiste la Teoría de Juegos sin mayores dificultades.

Valoro mucho los intentos que han hecho ciertos personajes públicos en hacer más cálida y humana esta disciplina tan llena de números y cifras en el último tiempo. No juzgo a la gente que pueda pensar lo aburrida que resulta la Economía por sus datos duros y conceptos. Y está llena de estos conceptos es verdad, llena. Pero así mismo, creo que está llena también de posibilidades de mejorar la calidad de vida de las personas. Y, sabiendo esto, el deber radicaría no dejar tan sólo en manos de la prensa lo que como seres humanos deberíamos ser más capaces que nada: el poder comunicar la realidad a nuestros pares tal y como percibimos que es, sin distorsiones banales ni cifras complicadas.

Por Vicente del Valle