Por Diego Barrenechea
Veía
impactado la convicción patética para justificar ideologías
opresoras al nivel de manipular la información de la forma más vil
y sinvergüenza encarnada en una infografía de la fundación Jaime
Guzmán, preguntándome qué palabra era la que iniciaba con Jota
entre medio de las F de Facho y la G de gay –esto último, sin
ninguna intención de menospreciar a la amable comunidad homosexual
que tan pisoteada ha sido hasta el día de hoy, pero parece que a
estos tipos les molesta todavía esta realidad y no entienden bien
eso de la libertad-. Y la infografía me pareció una simple
caricatura de lo que vemos día a día, a cada rato, en las noticias:
este filme trágico que supuestamente es tan importante para nuestro
quehacer diario. Tan importante, mañana tarde noche 24 horas dos
canales diarios grises y el libre mercado de internet. Quitándole un
poco el peso a toda la mierda que nos vomitan con música de ‘esto
es serio, esto es vital, esto es objetivo, esto es formal’
entre medio de publicidades disfrazadas y farándula hasta
porsiacaso, es inevitable que el trabajador promedio que por haber
entrado lentamente y sin darse cuenta al calabozo del lobo y firmar
el contrato de la rutina perpetua –el dinero es una inteligente
forma de mantener la esclavitud- heredando un sistema hecho para
cagarte y que te sientas forzado a postergar el regalo que es el
presente, se vea
obligado a evadirse en innumerables formas de entretenimiento y
distracción de las cuales pocas probablemente le son beneficiosas.
Por ejemplo –por mencionar una que al menos a mi me interesa
bastante- las drogas –revisar este concepto:
no recomiendo a Cuauhtémoc Sánchez-
legales, que no tienen ningún beneficio aparte de contribuir a la
lenta fumigación de ratas con arsénico en cigarrillos y
transgénicos en la comida para cerdos. Evadirse y entretenerse, y el
gobierno provee: circo y doble circo en lugar de pan. La sola idea de
querer mejorar las condiciones –ya que, evidentemente, el mundo es
un lugar que tiene el potencial de un verdadero paraíso, actualmente
arrasado por la estética del Mall-
es estigmatizada y reprimida por la fuerza de la tincada infantil
apernada en altos cargos, la autoridad del odio y la inversión en
armamento. Ya no estamos para caer en su sucio juego, creernos sus
estereotipos hiperbólicos –Homero Simpson pasó de ser una
caricatura simpática a un modelo aspiracional que en shilito
podemos equiparar al guatón parrillero que bebe hasta quedar
tirado-, en obedecer sus jerarquías patriarcales, en entregarle el
poder a un títere mentiroso y ladrón, desligarnos de nuestro poder
confiando en que los de arriba lo harán mejor, es triste. Pero la
lucha no puede darse siguiendo las normas que los medios nos imponen.
La violencia engendra violencia. Cómo luchar sin soltar toda la
energía contenida y la ira de la impotencia. Debo decir que nunca me
han gustado mucho las asambleas estudiantiles, simplemente no son mi
estilo, y que ya no participo en las marchas pues la verdad es que no
me gusta perderme en una masa que grita gritos con los que no
simpatizo completamente –por caer en el juego de la violencia,
digo, aunque, diablos, qué difícil no decir la palabra culiao
después de paco- a la
que suelen llegar aves de rapiña y otras sabandijas destructivas a
jugar a la guerra y tirar fuegos y gases nocivos en pleno siglo XXI
–bueno, sí, en otros países hay guerras aún, no veo muchos
dirigentes públicos interesados en mencionar algo al respecto a la
hora de hacer tratados e interactuar con nuestros vecinos de bien al
norte-. Todos tenemos distintos modos de luchar, todos son válidos,
lo importante es luchar, supongo. La idea está, está masificada y
sólo requiere un par de decisiones para comenzar a cuajarse –es
una palabra horrible pero sirve-. En lo que respecta a mi opinión,
debo decir que adhiero con lo que menciona el I Ching en el siguiente
párrafo del signo 43 Kuai, el desbordamiento:
“Cuando
en la ciudad ocupa un puesto gobernante aunque fuese un solo hombre
vil, éste podrá oprimir a los nobles. Cuando en el corazón anida
una sola pasión siquiera, ésta es capaz de entenebrecer la razón.
Pasión y razón no pueden coexistir, por eso se hace absolutamente
necesaria una lucha incondicional si uno está dispuesto a contribuir
a que llegue a gobernar el bien. Empero, para una decidida lucha por
el bien destinada a eliminar el mal, existen determinadas reglas
precisas que no pueden dejarse de lado si se pretende obtener el
triunfo. 1º: La decisión debe fundarse en un enlace entre la fuerza
y la afabilidad. 2º: Un compromiso con el mal no es viable; éste
debe quedar desacreditado sean cuales fueren las circunstancias. Del
mismo modo, no es tampoco lícito que uno disimule o embellezca sus
propias pasiones y defectos. 3º: La lucha no debe ser conducida por
medio de la violencia directa. Allí donde el mal se ve descubierto y
estigmatizado, lucubra las armas a que debe recurrir, y cuando uno le
hace el juego de combatirlo golpe por golpe, sale perdiendo, puesto
que en esta forma uno mismo queda enredado en odios y pasiones. Por
tanto, es cuestión de comenzar mirando por casa: mantenerse
personalmente alerta en cuanto a los defectos estigmatizados. Así
las armas del mal perderán por sí solas su filo, al no toparse con
ningún adversario. Del mismo modo, tampoco los defectos propios han
de combatirse directamente. Mientras uno siga debatiéndose con ellos
a golpes, permanecerán siempre victoriosos. 4º: La mejor manera de
combatir el mal es un enérgico progreso en el sentido del bien.”
Enérgico
progreso en el sentido del bien. Pese a lo fácil que es echarse para
abajo y perder la esperanza, ante tanta cosa negativa, tanta
injusticia, tanta violencia y suciedad vestida de autoridad, armada
hasta los dientes, sedienta de sangre, lo mejor sigue siendo ser
consecuente y dar el ejemplo, transmutar hábitos, captar lo negativo
como motivación para mejorar. Creo que la sociedad se ve potenciada
cuando se potencia al individuo, cuando cada cual hace lo que se
siente llamado a hacer más allá de las expectativas que depositan
en nosotros nuestras familias y hacia arriba todas las estructuras
sociales, frágiles y altamente susceptibles a evolucionar –o
podrirse-, como cualquier otra estructura. Y si no, al menos podemos
confiar en que cuando ya no quede nadie a quien matar, el mundo se
encargará de limpiar en un par de miles de años toda la mugre que
quede.