sábado, 27 de julio de 2013

FIGHT DA PAWA


Por Diego Barrenechea

Veía impactado la convicción patética para justificar ideologías opresoras al nivel de manipular la información de la forma más vil y sinvergüenza encarnada en una infografía de la fundación Jaime Guzmán, preguntándome qué palabra era la que iniciaba con Jota entre medio de las F de Facho y la G de gay –esto último, sin ninguna intención de menospreciar a la amable comunidad homosexual que tan pisoteada ha sido hasta el día de hoy, pero parece que a estos tipos les molesta todavía esta realidad y no entienden bien eso de la libertad-. Y la infografía me pareció una simple caricatura de lo que vemos día a día, a cada rato, en las noticias: este filme trágico que supuestamente es tan importante para nuestro quehacer diario. Tan importante, mañana tarde noche 24 horas dos canales diarios grises y el libre mercado de internet. Quitándole un poco el peso a toda la mierda que nos vomitan con música de ‘esto es serio, esto es vital, esto es objetivo, esto es formal’ entre medio de publicidades disfrazadas y farándula hasta porsiacaso, es inevitable que el trabajador promedio que por haber entrado lentamente y sin darse cuenta al calabozo del lobo y firmar el contrato de la rutina perpetua –el dinero es una inteligente forma de mantener la esclavitud- heredando un sistema hecho para cagarte y que te sientas forzado a postergar el regalo que es el presente, se vea obligado a evadirse en innumerables formas de entretenimiento y distracción de las cuales pocas probablemente le son beneficiosas. Por ejemplo –por mencionar una que al menos a mi me interesa bastante- las drogas –revisar este concepto: no recomiendo a Cuauhtémoc Sánchez- legales, que no tienen ningún beneficio aparte de contribuir a la lenta fumigación de ratas con arsénico en cigarrillos y transgénicos en la comida para cerdos. Evadirse y entretenerse, y el gobierno provee: circo y doble circo en lugar de pan. La sola idea de querer mejorar las condiciones –ya que, evidentemente, el mundo es un lugar que tiene el potencial de un verdadero paraíso, actualmente arrasado por la estética del Mall- es estigmatizada y reprimida por la fuerza de la tincada infantil apernada en altos cargos, la autoridad del odio y la inversión en armamento. Ya no estamos para caer en su sucio juego, creernos sus estereotipos hiperbólicos –Homero Simpson pasó de ser una caricatura simpática a un modelo aspiracional que en shilito podemos equiparar al guatón parrillero que bebe hasta quedar tirado-, en obedecer sus jerarquías patriarcales, en entregarle el poder a un títere mentiroso y ladrón, desligarnos de nuestro poder confiando en que los de arriba lo harán mejor, es triste. Pero la lucha no puede darse siguiendo las normas que los medios nos imponen. La violencia engendra violencia. Cómo luchar sin soltar toda la energía contenida y la ira de la impotencia. Debo decir que nunca me han gustado mucho las asambleas estudiantiles, simplemente no son mi estilo, y que ya no participo en las marchas pues la verdad es que no me gusta perderme en una masa que grita gritos con los que no simpatizo completamente –por caer en el juego de la violencia, digo, aunque, diablos, qué difícil no decir la palabra culiao después de paco- a la que suelen llegar aves de rapiña y otras sabandijas destructivas a jugar a la guerra y tirar fuegos y gases nocivos en pleno siglo XXI –bueno, sí, en otros países hay guerras aún, no veo muchos dirigentes públicos interesados en mencionar algo al respecto a la hora de hacer tratados e interactuar con nuestros vecinos de bien al norte-. Todos tenemos distintos modos de luchar, todos son válidos, lo importante es luchar, supongo. La idea está, está masificada y sólo requiere un par de decisiones para comenzar a cuajarse –es una palabra horrible pero sirve-. En lo que respecta a mi opinión, debo decir que adhiero con lo que menciona el I Ching en el siguiente párrafo del signo 43 Kuai, el desbordamiento:

 “Cuando en la ciudad ocupa un puesto gobernante aunque fuese un solo hombre vil, éste podrá oprimir a los nobles. Cuando en el corazón anida una sola pasión siquiera, ésta es capaz de entenebrecer la razón. Pasión y razón no pueden coexistir, por eso se hace absolutamente necesaria una lucha incondicional si uno está dispuesto a contribuir a que llegue a gobernar el bien. Empero, para una decidida lucha por el bien destinada a eliminar el mal, existen determinadas reglas precisas que no pueden dejarse de lado si se pretende obtener el triunfo. 1º: La decisión debe fundarse en un enlace entre la fuerza y la afabilidad. 2º: Un compromiso con el mal no es viable; éste debe quedar desacreditado sean cuales fueren las circunstancias. Del mismo modo, no es tampoco lícito que uno disimule o embellezca sus propias pasiones y defectos. 3º: La lucha no debe ser conducida por medio de la violencia directa. Allí donde el mal se ve descubierto y estigmatizado, lucubra las armas a que debe recurrir, y cuando uno le hace el juego de combatirlo golpe por golpe, sale perdiendo, puesto que en esta forma uno mismo queda enredado en odios y pasiones. Por tanto, es cuestión de comenzar mirando por casa: mantenerse personalmente alerta en cuanto a los defectos estigmatizados. Así las armas del mal perderán por sí solas su filo, al no toparse con ningún adversario. Del mismo modo, tampoco los defectos propios han de combatirse directamente. Mientras uno siga debatiéndose con ellos a golpes, permanecerán siempre victoriosos. 4º: La mejor manera de combatir el mal es un enérgico progreso en el sentido del bien.”


Enérgico progreso en el sentido del bien. Pese a lo fácil que es echarse para abajo y perder la esperanza, ante tanta cosa negativa, tanta injusticia, tanta violencia y suciedad vestida de autoridad, armada hasta los dientes, sedienta de sangre, lo mejor sigue siendo ser consecuente y dar el ejemplo, transmutar hábitos, captar lo negativo como motivación para mejorar. Creo que la sociedad se ve potenciada cuando se potencia al individuo, cuando cada cual hace lo que se siente llamado a hacer más allá de las expectativas que depositan en nosotros nuestras familias y hacia arriba todas las estructuras sociales, frágiles y altamente susceptibles a evolucionar –o podrirse-, como cualquier otra estructura. Y si no, al menos podemos confiar en que cuando ya no quede nadie a quien matar, el mundo se encargará de limpiar en un par de miles de años toda la mugre que quede. 


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